miércoles, 31 de octubre de 2012

Ana y yo


Nos conocimos en el Instituto y desde entonces, unidas por la misma pasión y por una amistad cultivada,  hacíamos honor a eso de ser como uña y carne hasta el punto de ser inseparables.
Ambas vivíamos en la ciudad, en el piso de los padres de Ana, que una vez huérfana había heredado. Nos había unido nuestro afán de triunfar o de dedicarnos a lo que más nos gustaba …. las artes escénicas. Pero la vida artística no pintaba nada fácil, y aun sin ninguna pretensión (excepto en sueños, porque soñar es gratis), de subir a lo más alto, ganarse la vida con nuestras aptitudes se había convertido en algo imposible de conseguir. Ambas acabamos trabajando en lugares que distaban totalmente de nuestros deseos y para lo que realmente nos sentíamos preparadas. Por lo que a mí concierne, a pesar de estar en los ficheros de datos de numerosas agencias, había dejado ya hacía tiempo de presentarme a castings y otras pruebas de selección. A veces, aun sabiendo que yo ya había renunciado a seguir intentándolo, me apuntaba sin decirme nada a todo lo que ella se presentaba y cuando teníamos la suerte de ser seleccionadas para hacer una prueba, ella continuaba, generalmente sin suerte, pero decía que nunca dejaría de intentarlo y que haría todo lo que fuera. De hecho, se enfadaba conmigo por el desinterés que yo había alcanzado y me recriminaba que los sueños a veces, se hacían realidad pero si creíamos y luchábamos por ellos.  La verdad, yo estaba con falta de ilusión o con el interés bajo mínimos,  y con la certeza de perder el tiempo me dedicaba a lo que me daba de comer, al fin y al cabo y tal como estaban las cosas, quedaba demostrado que yo no era tan siquiera buena como para conseguir un anuncio de salchichas.

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Ana pasó la adolescencia sumida en un infierno. Cuando tenía 18 años, su madre, harta de los insultos y los golpes a los que su marido les sometía tanto a ella como a su hija, se hizo con una pistola y le metió un tiro entre ceja y ceja una noche cuando dormía. En prisión duró apenas unos años, pues un cáncer agresivo acabó con su vida. Ana siempre pensó que aquella enfermedad también era culpa de su padre, pues solía decir que todo lo  que su madre había soportado, todo el sufrimiento provocado por su padre durante años se había ido acumulando dentro de ella y terminó por saliendo en aquella forma tan letal. En los años posteriores, Ana necesitó de ayuda especializada. Los daños producidos por el comportamiento de su padre tanto con ella como con su madre, la muerte de él a manos de ella, ver a su madre entre rejas y perderla poco después no fue una experiencia fácil de sobrellevar. Las pesadillas, las alucinaciones se repetían constantemente en su cabeza y aunque olvidar fuera imposible, la búsqueda por superarlo y madurar el dolor, todavía luchaba  y vivía dentro de ella misma.
Cuando tenía problemas, cuando el trabajo le fallaba etc… todo volvía a atenazarla, le secuestraba la ansiedad y terminaba en una depresión que la remitía de nuevo a todo lo vivido. Era entonces cuando yo me sentía perdida, cuando veía que mi ayuda era insuficiente y que irremediablemente necesitaba de nuevo a su psicólogo (del que nunca se desligaba totalmente) de forma más específica e intensiva quien siempre, tuviera Ana mejor temporada o peor, le día … “Ana, intenta sacar algo positivo de tu experiencia”.
 Por el contrario, el tiempo en el que ella se encontraba bien, era irrefrenable. Sonrisa en labio constantemente y siempre optimista, incluso con unas ganas desmesuradas de bromear y divertirse, como si quisiera aprovechar todo ese tiempo a tope por lo que podría venirle después.
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No obstante, la resolución de algunos problemas, situó a Ana en un estado psicológico y anímico muy bueno y yo me encontraba bien por ello.  Había conseguido un trabajo y con su sueldo y el que yo obtenía aguantando las pésimas condiciones de la empresa de limpiezas que me había contratado, habíamos conseguido subsistir  no sin sacrificios, pero al fin  y al cabo, subsistir.
En aquellos días, Ana estaba espléndida. Recuperó aliento y vida el día en que a pesar de no ser un trabajo ni bien pagado ni interesante le contrataron en la hamburguesería. Ya había pasado un año y en ese tiempo, ella se encontraba psicológicamente estable. Rebosaba ganas de vivir, de seguir luchando aunque tuviera que seguir asando hamburguesas, friendo patatas o sirviendo kepchup o mostaza. Había conocido a alguien que claramente había alegrado sus días, Erik, un joven que trabajaba en un taller de reparación de aparatos  cercano al lugar de trabajo de Ana y que casualmente vivía en el mismo edificio que nosotras en régimen de alquiler desde hacía muy poco tiempo. Casi todos los días, al cerrar el taller, entraba en el Burguer a comer algo aunque después, no solo era el hambre el que le llevaba a sentarse en una de aquellas mesas .  Además, su tratamiento psicológico ya llevaba un tiempo reducido tan solo a terapia, a palabras, a comprensión y a consejos,  puesto que la medicación había ido siendo suprimida poco a poco ante los avances conseguidos. Nunca se descartaba volver, sus altibajos habían quedado más que demostrados anteriormente pero ante tanta mejora durante mucho más tiempo del que había conseguido en ocasiones anteriores,  cabía esa esperanza de tener el tema controlado y si no se libraba de la ansiedad, a la que todos en un momento u otro nos vemos sometidos,  al menos aprendería a controlarla sin que desbordara y le provocara daños mayores que le hicieran regresar a su pasado.

La suerte me sonrió, nos sonrió, cuando encontré la oportunidad de cambiar de trabajo, de dejar aquella empresa de limpiezas, para incorporarme en una nueva ocupación. Se trataba de una fábrica, donde indudablemente debía trabajar más horas, el trabajo era pesado pero la compensación económica y las condiciones mejoraban el anterior. Ana, por su parte, complementó su trabajo del Burguer al que acudía por las tardes, ejerciendo de canguro con bebes cuyas mamás trabajaban por la mañanas. Por fin, pudimos hacer algunas cosas pendientes, entre ellas y aunque parezca insignificante, volvimos a dar de alta la línea telefónica, aquella que causó baja (nos la cortaron) cuando el exceso de gastos y la falta de ingresos nos obligaron  a dejar de pagar. Tiempo después, se llevaron hasta el teléfono.
Todavía recuerdo aquella tarde, cuando al volver a casa me encontré a Ana en el rellano, sonriendo y hablando con aquel amigo especial que portaba una pequeña caja de herramientas y que gustosamente se había prestado a regalarnos e instalarnos un aparato que no utilizaba y que descansaba cubierto de polvo en una estantería de su taller. Así además nos ahorrábamos el importe del alquiler del teléfono.
-          ¡¡Buenos días Marta!! – me dijeron los dos al mismo tiempo con brillantes sonrisas vistiendo sus labios. Y ella continuó riendo …. -¡¡ya nos pueden llamar!!
-          ¡¡Siiiiiiiiii!! –exclamé contagiada de su alegría. ¡¡Buenos días a los dos!!, muchas gracias Erik!!


Pero los tiempos en los que Ana parecía ser feliz  ….. terminaron un buen día, de la noche a la mañana con un fuerte episodio. Cierto era que llevaba unos días antes demostrándose nerviosa y distinta, con una conducta un tanto extraña pero derrepente …..
El día que empecé a comprender que todo había comenzado de nuevo llegué a casa a última hora de la tarde, cuando la noche asomaba y saludaba. Tras mi jornada laboral en la fábrica me entretuve con un grupo de amigos con los que después de ir a comer a un restaurante cercano, compartí mesa, risas y unas jarras heladas de refrescante rubia en una de las cervecerías que más solíamos frecuentar. Llamé a Ana cuando mis amigos se marcharon. Yo estaba entonada y si ella accedía, podíamos quedar y tomar algo antes de ir a casa. No me contestó,. No me extrañó, probablemente estaría por ahí con Erik con quien siempre volvía al terminar en la hamburguesería o quizá con Sara, esa rubia despampanante de cutis perfecto que tras acabar sus estudios de estética se vio sin la posibilidad, al igual que nosotras, de trabajar aplicando sus recién graduados conocimientos. Había pensado en montar su propio salón de belleza pero para hacerlo necesitaba dinero, tanta cantidad como para endeudarse lo menos posible. Acabó también trabajando en el Burguer, compaginando su trabajo allí con cursillos afines con su formación , beneficiada por la manutención de sus padres con los que vivía. Aquello  le permitía ahorrar poco a poco la cantidad mínima a alcanzar para poder subir el primer escalón que le llevara a cumplir su sueño.
Así  pues, sin muchas ganas, tomé camino a nuestro hogar. Cuando, un tanto abrumada, conseguí abrir la puerta, me encontré la casa totalmente a oscuras. A tientas logré encender la lamparita del recibidor. Mis ojos me devolvieron una imagen que aun hoy me estremece cuando la recuerdo. Ahora pienso que si aquella tarde no me hubiera tomado esas jarras de cervezas, el miedo hubiera hecho que me desmayara. Ana estaba allí, frente a mí, fue como una aparición inesperada. Como en esas películas …  Estaba de pie, cubierta con un camisón blanco. Sus pies desnudos sobre el suelo parecían pegados a él soportando el rápido temblor de sus piernas. Un pequeño charco de agua los rodeaba y trozos de cristales yacían en la alfombra. El cabello negro y liso de Ana  caía sobre su rostro, un rostro que además de pálido mostraba una profunda mueca de terror. Volví mi mirada hacia el lugar donde sus ojos se posaban fijos, sin pestañear. Y allí, al final del pasillo,  la luz encendida del baño y el ruido del agua cayendo me propinaron uno de los escalofríos más intensos de mi vida. No sé qué fue lo que realmente me hizo reaccionar pero abracé a mi amiga, la llevé hasta el sofá donde conseguí que se sentara y diciéndole “no pasa nada, tranquila, no pasa nada,  voy a cerrar el grifo” la dejé allí sin dejar de repetir la frase.  Pero conforme avanzaba, aquella frase dejo de ser para ella para pasar a ser dirigida a mí misma, que me sentía totalmente aterrada. A mitad del pasillo la angustia me hizo volver sobre mis pies, tomé a Ana del brazo y abrí la puerta del apartamento dejando escapar un grito en nuestra huida. No pudimos cruzar el umbral … Erik tenía la mano a punto de presionar el timbre y chocamos con él…..
           Eran las tres de la mañana y después de tres tilas y la compañía de Erik, ambas habíamos recuperado algo de tranquilidad. Al contarle a Erik la situación, el valiente caballero entró en la casa y con decisión se dirigió al baño. Mientras lo hacía, yo entraba de nuevo a la sala abrazando a Ana que seguía sin articular palabra y sentándome con ella. El se encargó de todo, de solventar el problema que el agua había ocasionado en el cuarto de aseo, de recoger los cristales a pie de entrada y de tranquilizarnos, al menos lo suficiente, como para que Ana pudiera decirnos algo y yo pudiera escuchar.
-     Iba a darme un baño … he salido mientras se llenaba la bañera a por un vaso de agua y al         volver … al volver …- y Ana comenzó a llorar-,
-          ¿al volver qué cariño?, tranquila.- le dije-
-    Al volver he sentido como algo ha cruzado mi cuerpo, me ha traspasado dejándome cada milímetro de piel helado, me he mirado hasta llegar a los pies y al levantar la vista de nuevo he visto cómo mi padre entraba en el baño y …y … y ha vuelto su cara, estaba ensangrentada y me ha dicho … ¡¡ven aquí!!.- dijo sin dejar de llorar-
Erik y yo nos miramos atónitos.
Ana, durante sus períodos de crisis jamás había tenido alucinaciones de este tipo, sus
episodios solían tratarse de pesadillas y pequeñas visiones que continuaban durante unos minutos al despertar de ellas. Insistió en no comentarlo con su psicólogo, nos pidió que no lo hiciéramos tampoco nosotros. Explicó que ella seguía encontrándose bien, que estaba recuperada y que aquello que había sucedido era un hecho aislado y totalmente diferente. Respetamos sus deseos no sin dejar de vigilarla. Yo, de todas formas … estaba asustada, mi propia casa había empezado a asustarme.
                En los días que siguieron, Ana parecía no haber vuelto a tener una alucinación parecida. A veces la notaba nerviosa pero no aparentaba estar entrando de nuevo en crisis. Hasta aquella otra noche que …..
                Llegó acompañada de su compañera de trabajo, Sara y de Erik. Iban a cenar en casa pues tanta hamburguesa les tenía saturados. Cenamos los cuatro, y animados por el hecho de que era sábado y por las cervezas que cayeron después de la cena, estuvimos de tertulia, riendo y divirtiéndonos. La verdad es que yo estaba cansada y decidí la primera irme a dormir. Les dejé en la sala de estar de muy buen rollo y me despedí de ellos haciéndoles prometer que bajarían tan solo un poquito su tono.
            Las sábanas me engulleron y el frescor de mi almohada me llevó sin demora a los brazos de Morpheo. En mitad de la madrugada, ruidos que provenían de la habitación de Ana me sacudieron al mundo consciente.  Arrugué el ceño, miré la hora … las cuatro de la mañana. Pensé que Erik se habría quedado a dormir y que ambos todavía estaban de juerga. Vociferé protestando que no metieran tanto ruido pero Ana contestó con un alarido.
                Salté de la cama temiendo volver a encontrarme una dura escena como la de noches atrás. Salí de mi habitación y al abrir la puerta del cuarto de ella pude observar como su pequeña cama, sin levantarse a penas del suelo, se movía al mismo tiempo que las patas de su canapé golpeaban por turnos la tarima. Derrepente paró. Ana estaba sentada sobre la cama, con las piernas cruzadas y los brazos extendidos con el propósito de aferrarse a los lados del colchón. Lloraba y chillaba al mismo tiempo. Por un momento creía que la “niña del exorcista” estaba frente a mí y ya estaba imaginándome la cara de Ana cuando levantara su cabeza para mirarme. Pero cuando lo hizo, su cabello negro no me dejó ver su rostro. Me acerqué aterrada, reuní sus brazos extendidos para tomar sus manos entre las mías …. Me agaché y al retirar el gran mechón de pelo que cubría sus ojos y su frente no pude contener un grito de angustia. Los ojos de Ana estaban totalmente en blanco y su mejilla presentaba un golpe que ya empezaba a amoratarse. Grité y grité y volví a gritar presa del miedo. Entonces sus ojos volvieron, me miraron y dijo temblando:
-          Ha vuelto, y me ha pegado, como hacía cuando vivía.- ¡¡¡ sácame de aquí
-          ¿Quién? ¿tu padre? Pregunté sabiendo de antemano la respuesta y muerta de miedo –
-          ¡¡Si!! –exclamó-. Pero ¡¡salgamos, salgamos de aquí!! ¡¡¡Ayúdame!!!
La cama volvió hacer mención de traquetear de nuevo, tiré de Ana y salimos de aquella
 habitación. Nos encerramos en la cocina, expectantes …. Escuchamos el ruido de una puerta cerrándose y ya … el silencio volvió a apoderarse de nuestro alrededor.
            -          Llamaré a Erik, .-dije.
-         No, no lo hagas, déjalo, se fue tarde de aquí. Estará durmiendo y además ¿qué va a poder hacer él?
El psicólogo tuvo que incluirme a mí en el tratamiento de terapia de Ana. Yo estaba
asustadísima, incluso más de lo que parecía estar ella. Había contemplado con horror los ojos en blanco de mi amiga pero un estado nervioso extremo podía ocasionarlo, había visto el golpe en la mejilla, podía encontrarle explicación, con el movimiento de la cama puede que Ana se golpeara con la mesilla o la lámpara que posaba sobre ella pero el caso era que …. la cama se movía …. ¿qué explicación podía encontrar a eso?  Yo lo había visto con mis propios ojos.
           Conforme los días pasaban, mis temores iban creciendo. Procuraba estar poco en casa y durante las noches, Ana y yo dormíamos juntas. Me extrañaba su serenidad frente al miedo, en cambio, a veces me daba la sensación de que me ocultaba algo, de que tramaba algo porque en ocasiones, cuando topábamos parecía como si no quisiera que viera lo que hacía. Tuve que hablar con el psicólogo, temía que tanta serenidad y tanto secretismo frente a esta situación y frente a mí, escondía algo grave.
            Una noche, cuando volví a casa después de salir por ahí un rato, me encontré a Ana en compañía de Sara, quien hacía lo imposible por consolar su incipiente llanto. Estaban abrazadas. Cuando se dieron cuenta de mi presencia, deshicieron su abrazo y me apresuré al lado de Ana al ver su rostro golpeado de nuevo. Sus brazos desnudos también mostraban algunas magulladuras. Levantó su rostro, y con la mirada perdida, comenzó a tiritar ……….
Los palos de ciego del psicólogo y los daños que atenazaban a Ana, nos llevaron a la
conclusión a quienes estábamos sufriendo con ella, que debíamos buscar a alguien que se dedicara a temas de ésta envergadura.
-          Ha venido de nuevo .-dijo-. Ha empezado a golpearme, yo chillaba, le rogaba que me dejara en paz pero él no ha parado de pegarme.
-          Hasta que he llamado yo a la puerta de entrada.-interrumpió Sara y continuó.- Ana ha salido un poco antes del trabajo, le dolía mucho la cabeza. Cuando iba a cerrar me he dado cuenta de que se había dejado el móvil. He pensado en traérselo de paso que iba a la academia, ya sabes, mi cursillo ... He pasado primero por mi casa, para coger mis cosas de prácticas y he venido hacia aquí. Nada más acercarme a la puerta he notado algo raro que salía de dentro. He puesto el oído  y he podido escuchar un golpe seco, después un grito y por último llanto. He aporreado la puerta hasta que Ana ha abierto.  Y cuando la he visto ….. ¡¡¡ dios ¡!!
-          ¡¡ no sé cuando demonios va a acabar esto!!.- exclamé.-

        Erik decidió sacar a Ana de aquella casa. Si su padre seguía allí después de muerto, seguramente quería algo y estaba claro que lo que deseaba era llevarse a Ana con él. También me invitó a marchar con ellos pero yo, me negué, al fin y al cabo, estábamos al lado y si algo sucediera su ayuda llegaría pronto. Me quedé porque pensé que si Ana no estaba, esa fuerza que se suponía era su padre y que nada tenía que ver conmigo, se marcharía, o al menos, al no ser yo el motivo de su venganza, me dejaría tranquila.
Pero nada más lejos de la realidad. Ana era el principal objetivo de aquella fuerza sobrenatural pero estaba claro que  las sensaciones que yo percibía día a día, los episodios que vivía no habían ido tras de ella, seguían en casa y me tenían inmersa en lo más profundo del miedo. Empecé a escuchar en cualquier momento del día ruidos extraños, como si las cosas cayeran o golpearan las paredes.  A veces oia voces, gritos …. Me estremecía con cada uno de ellos y siempre acababa acurrucada en el rincón más cercano, encogiéndome sobre mí misma hasta que cesaban.
          Recuerdo la última noche, el último momento de esta historia sobrenatural. La madrugada lucía oscura e invernal, sumida entre los rayos y los truenos de una enorme tormenta. El viento, zarandeaba las gotas de lluvia y las estampaba contra los cristales de las ventanas. Aquella noche, la naturaleza se alió con nuestros fantasmas convirtiendo cada estancia, cada rincón de nuestro piso, en una horrible escena de terror. Parecía como si algo terrible, como si el fin fuera a suceder. Y estaba sola ... Entré en un estado de ira que me hizo gritar dejando que mi voz alcanzara los registros más altos. Como si la angustia y el terror acumulado hubieran sido mezclados en una coctelera y se hubieran convertido en zumo de rabia. Una fuerza que no sabía que tenía salió por cada uno de mis poros y me sentí valiente. Comencé a correr por la casa, encendiendo todas las luces y entrando en cada estancia, recorriendo cada centímetro al mismo tiempo que gritaba …
-       ¡¡¡BASTA YA, BASTA YA!!! Fuiste un hijo de puta en vida, hasta que la víctima de tus malos tratos se tomó la justicia por su mano, pero ahora estás muerto, este no es tu sitio y no voy a permitir que sigas jodiendo.
          Empecé entonces a dar golpes, a tirar pequeños muebles al suelo, a estampar objetos varios contra las paredes mientras mis cuerdas vocales no cesaban de expulsar mi voz desgarradamente. Parecía como si la locura se hubiera apoderado de mí mente y de mi cuerpo. Caí rendida después unos minutos. Después, presa de los nervios y de lo que acababa de hacer, comencé a llorar y a reir al mismo tiempo. Así permanecí un buen rato olvidándome de aquello que me había hecho comportarme de aquella salvaje forma. De pronto callé, como si volviera a la realidad después de un viaje fantástico y me dí cuenta de que, el silencio reinaba. Nada se oía, absolutamente nada. Sonreí y la tranquilidad que experimenté después me llevó a los jardines del subconsciente.
Cuando desperté, mi cabeza estallaba de dolor. Al mirar alrededor me dí cuenta del desastre ocasionado la noche anterior intentando combatir a aquella fuerza sobrenatural. Pensé en hacer las maletas, aguantar por más tiempo aquella situación iba a terminar conmigo aunque en el fondo, había empezado a sentirme menos cobarde y con fuerzas para seguir combatiendo hasta que consiguiera echar a aquel malvado de allí. Pero me fui.  Ana,  intentó indagar para ver si alguien conocía a alguien que pudiera ayudarnos y que no resultara un gasto económico, pero a mí, la idea de que alguien se entrometiera no me gustaba porque creía que despertaría quizá más fuerzas desconocidas y con una, ya teníamos suficiente. Además, siempre había pensado que el mundo de los médiums, parapsicólogos etc… era una mundo lleno de farsantes.
             Aquella tarde, sonó el teléfono.
-          ¡¡Hola Marta, soy yo!! .-dijo Ana y prosiguió-. Tenemos que vernos ahora, tengo que contarte algo y presentarte a alguien. No preguntes por favor. Tú ven.
Me dio una dirección y salí hacia el destino. Por el trayecto iba pensando que quizá, Ana había conseguido una cita con algún parapsicólogo o alguna médium. Me asustaba la idea de que una persona así, entrara en la casa y se dedicara a hacer ese tipo de cosas que solo había visto en las películas. ¡¡qué horror!! Pensaba.
Subimos al tercer piso. Ana parecía intranquila. Me sonreía con ese tipo de sonrisa nerviosa que demuestra que hay algo que confesar o que perdonar. “Entren sin llamar” rezaba el cartel de la puerta. Una mujer de unos 40 años nos recibió en primera instancia y nos instó a esperar unos minutos. Después, un tal Señor Morún, nos recibiría. Yo iba viendo a gente ir y venir, risas, teléfonos, visitas …. Miraba a Ana desconcertada, quien por mucho que yo mirara o preguntara permanecía en el mayor de los secretismos hasta que en un momento determinado me dijo:
-          Te voy a pedir un favor Marta. Nos recibirá este hombre y diga lo que diga, tú
que sí a todo, no preguntes y aunque te resulte todo extraño, no digas ni media palabra, por favor. Yo luego te explico…
Estaba claro que aquello no era el lugar apropiado para que un parapsicólogo o algo parecido tuviera su sede de trabajo cosa que me tenía desconcertada pero más aunme desconcertaron las palabras de Ana.
-          Pero ….. .-iba a responder cuando Morún apareció frente a nosotras.
-          Siento haberos hecho esperar,.- dijo un hombre que se acercó a nosotras tras esperar unos diez minutos-. “¡¡venid conmigo!!” .- continuó diciendo.-

Le seguimos y lejos de recibirnos en un despacho, nos llevó a una sala amplia, con espejos en las parades y suelo entarimado. Había un par de mujeres y tres o cuatro hombres, vestidos de forma extrafalaria, examinando unos cuántos papeles que posaban encima de una gran mesa redonda y discutiendo pacíficamente mientras cada cual exponía sus inquietudes o formas de ver. Les miré sin disimular … entonces Morún dijo:
-          En estos momentos estoy haciendo pruebas ….

¿Pruebas? Me dije a mí misma. Miré a Ana y ella, me hizo un gesto para que guardara
silencio.
-      Bueno querida Marta, .- dijo aquel hombre con una cinta de vídeo en la mano.- debo de confesarque tu última escena ha sido sensacional. Me ha gustado toda tu interpretación a lo largo de los días, pero la última estuvo genial. Tus gestos, tu rostro, esa locura que manifestaste ….. totalmente creíble. Y tú Ana, perfectamente en tu papel … tienes que decirme quien te caracterizó así, debe de recibir alguna clase más jajajaja .-rió.- pero está claro que funcionó.- concluyó.-
-       Ya recibe clases Señor Morún, .- contestó Ana.-, está realizando un cursillo y sus prácticas las ha hecho conmigo.
-      Bueno, ¡¡los papeles son vuestros!! .-exclamó.- Empezaremos a rodar el corto en unos días. Aquí tenéis el glosario y lo que concierne a vuestros personajes. Hay diferencias con lo que me habéis presentado pero nada que no podáis abordar.
Se levantó de su asiento, nos dio la mano y se despidió de nosotras…..
-          ¿Pero quieres explicarme que está pasando? .- grité.-
-          Chusssssssssssssss, calla, espera … salgamos de aquí y te cuento .- contestó Ana .-

Bajamos, salimos de aquel portal y mis nervios estaban  a punto de hacerme estallar, a
flor de piel. Incluso lágrimas de rabia comenzaron a asomar por mis ojos. Me sentía engañada, cruelmente engañada, un treta retorcida que no podía entender. Pero quería saber, quería saber cómo lo había hecho todo.

-         Lo siento, lo siento Marta, de verdad que lo siento … ¿pero acaso no te alegra a ver conseguido esto? Por algo se empieza ….dijo.
-       Me utlizaste, utilizaste tus problemas, aquellos que tanto me preocupaban para reírte de mí ¿cómo has podido? Después de todo lo que has pasado, de lo que has sufrido ¿no te avergüenzas de ti misma? –contesté alteradísima.-
-      Es que… Marta, entiéndelo … .-y prosiguió.- Yo quería conseguir esto y no cesaba de intentarlo. Me enfadaba que tu hubieras claudicado y… ¿no recuerdas lo que me dijo el psicólogo? Me dijo y lo sabes que utilizara mi pasado de forma positiva, que intentara sacar algo bueno de todo aquel infierno. Pues bien, eso es lo que he hecho.
-          Has sido cruel Ana, muy cruel….. dije voz en grito.-Y, ¿Cómo lo has hecho? Te ayudaron Sara y Erik, ¿verdad?.  Ahora entiendo …. El maquillaje, la esteticien que trabaja en el Burguer y como sus estudios no son suficiente para encontrar un trabajo a fin con ellos se dedica a hacer cursillos relacionados …. ¡¡¡ qué buenas prácticas ha hecho contigo!!! Y qué bien has disimulado. ¿Cómo lo hiciste para grabarlo todo?, dime, ¿cómo?
-          Erik …. .- comenzó a explicar.- Recuerda trabaja en un taller de reparación de aparatos de vídeo y sonido. El día que vino a instalarnos el teléfono colocó las cámaras y al mismo tiempo se las ingenió para accionar grabaciones que él mismo había hecho con golpes y gritos y todo aquello que oías ….
-          Un momento …. ¿y la cama? Yo ví con mis propios ojos cómo se movía … .-pregunté.-
-          También fue Erik .. .- y continuó.- recuerda que te pedí que me sacaras de allí y que momentos después, encerradas en la cocina oímos como una puerta se cerraba. Fue él quien tras salir nosotras, se fue. Me dijiste que ibas a llamarle y te contesté que no le molestaras, que se había ido tarde.
Le pedí que me dejara sola. Se marchó. Me dirigí a un parque cercano y me senté en un banco. Después de mantenerme un rato con los ojos cerrados intentando poner mi mente en blanco. Desconecté durante unos segundos. Me encendí un cigarro y me puse a estudiar mi guión.