lunes, 25 de abril de 2011

El color del diablo




Entre rulos, tintes y tijeras, la tertulia en la peluquería se había convertido, lejos de los típicos y recurrentes cotilleos, en un sinfín de muestras de terror y desconcierto. Las últimas noticias en cuanto a sucesos eran desgarradoras. Los dos asesinatos macabros acontecidos en poco menos de dos meses tenía a las gentes de aquella pequeña ciudad atemorizados. Las mujeres, principales objetivos del asesino, habían empezado a limitar sus salidas nocturnas y procuraban hacerlo siempre acompañadas.
Aquella mañana en el Salón de peluquería y estética, Rakel escuchaba de boca de la peluquera, los dos asesinatos acaecidos recreándose quizá por el morbo, pues, ya se conocían de sobra los detalles. Con pelos y señales, narraba como habían encontrado los cadáveres y en qué circunstancias. Las miradas que Rakel acaparaba por parte de la concurrencia, le ponían todavía más nerviosa. Sabía que su aspecto físico le hacía candidata en más medida a posible víctima y para ello había acudido allí, pera enmascarar esa característica que le hacía un blanco más que posible y aliviada por la aprobación de Carla, su compañera de piso.
Rakel, la única en su familia, siempre había lucido una cabellera pelirroja espectacular, rizada y con un brillo especial. Cuando era pequeña, odiaba ser diferente, sus pecas y su color de pelo le hacían sentirse fastidiosamente distinta. Recordaba a sus compañeros de clase, o vecinos del barrio, observarla siempre en la distancia, pues decían que era el diablo en persona, la maldad hecha niña. En la edad adulta, superado su complejo, cambió drásticamente de forma de pensar, y su larga melena aparentemente, le encantaba. Y justo ahora, después de haber superado su complejo y haber empezado a gustarse, tenía que ocultar su cabello porque un psicópata mal nacido estaba asesinando a mujeres de entre veinte y treinta años con el color pelirrojo vistiendo sus cabellos. Quería evitar riesgos añadidos. Lloraba de rabia mientras el pincel de su estilista, iba colorando sus cabellos ya cortados, con aquel tinte ennegrecido y había derramado unas lagrimillas mientras la peluquera con sus tijeras iba desprendiendo mechones de su larga cabellera. El verdugo asesino, no se había aclarado si antes o después, había cortado el pelo de sus víctimas dejando sus mechones esparcidos por la escena del crimen o del lugar donde los cuerpos se encontraron y viendo su pelo desparramado por el suelo aquello le llenó de temor percatándose de la semejanza de aquella visión con la de los crímenes. Salió de aquel salón embutida en sus pensamientos y conmovida por la situación, algo que no le evitó chocar con un individuo que entraba a la Peluquería al mismo tiempo.
Ahora, tendría que contarle algo más a su psiquiatra, su trauma por haber tenido que cambiar su aspecto. A él acudía habitualmente por su sentimiento de soledad y su miedo en ocasiones asimisma además de otras fobias que presentaba pero parecía no avanzar. Su compañera de piso estaba preocupada por ella y se encargaba personalmente de que Rakel acudiera puntualmente a sus citas psiquiatricas. Su intenso miedo a la soledad le hacía desaparecer de casa cuando sabía que ella no estaba. Necesitaba verse acompañada siempre. Rakel, al igual que su amiga, trabajaba de camarera en una sala de fiestas todas las noches. Lo hacían en locales diferentes y pocas veces coincidían en entradas y salidas. Desde que las muertes se fueron sucediendo, el estado de nervios de Rakel estaba desequilibrándose. Cada noche, cada copa que servía temía mirar a los ojos del cliente por miedo a toparse con aquel degenerado al que no daban caza y que podía fácilmente quedarse con ella y esperarla de madrugada cuando el local cerrara. Durante unos días, un amigo estuvo yendo a esperarla a la salida para acompañarla a casa, pero por motivos de trabajo no tuvo más remedio que dejar de hacerlo.
Aquél día la vuelta a casa debía emprenderla en solitario y fue una auténtica escena de terror. Su cambio de look había gustado entre la gente que frecuentaba el local, tanto que había ligado durante toda la noche aunque estuviera detrás de la barra. A última hora, el último cliente, que ya en otras ocasiones había actuado así con ella, le dejó una nota en el posavasos de su cubata. Había estado la mayor parte de la noche apostado en la esquina, como de costumbre, dedicándole las mejores sonrisas y se había afanado por recitarle dulces piropos poéticamente compuestos cada vez que ella se acercaba. Tenía totalmente prohíbido ligar con los clientes y al acercarse su jefe para despedirse, ella tomó aquella nota y se la metió al bolso.
Los taxis parecían haberse puesto de acuerdo para tomarse unas vacaciones puesto que por mucho que buscó en la calle y llamó a la central, ninguno acudió a su llamada. Sus ansias por llegar a casa le indujeron a comenzar el camino andando. Quizá en el trayecto avistara algún taxi desocupado. Las calles estaban desiertas, la luz de las farolas mitigaban la oscuridad pero una ligera niebla, no dejaba ver con claridad. El silencio era tal, que el eco de sus tacones al pisar el suelo era el único sonido que podía apreciarse.
No podía negar que sentía miedo. La inercia le hacía echar la vista atrás mientras avanzaba presa del temor de que alguien le siguiera pero la niebla seguía persistiendo y a penas podía distinguir lo que dejaba tras de sí. Cuando había recorrido un cuarto del camino, escuchó el ruido que emite una lata al ser pisada y arrastrada con los pies. El sonido venía de su lado izquierdo. Giró inmediatamente su cabeza pero sus ojos no pudieron atisbar nada. Después el silencio. Quiso pensar que alguno de esos gatos callejeros que tanto abundaban estaba haciendo de las suyas. Entonces recordó la nota que aquel individuo le había dejado debajo de su vaso vacío al terminar la fiesta. Pensó que tal vez fuera un poema más de los que había estado dedicándole durante toda la velada. Cuando abrió la servilleta doblada en cuatro partes, Rakel contuvo tapando con la mano su boca, un grito de pavor: “ te espero a la salida, no tienes escapatoria “. Tomó de su bolso el cuchillo que aun siendo ilegal llevaba encima desde que los crímenes comenzaron. Apretó el paso pero a los pocos minutos, el sonido de aquel envase se repitió pero esta vez, apareció ante sus pies una lata magullada de cerveza que por poco le hace tropezar. Acto seguido escuchó pisadas ligeras, como si quisieran darle alcance. El corazón comenzó a latirle vertiginosamente y echó a correr presa del terror entre la niebla que ocultaba las calles. Los tacones le traicionaron y tras un retorcijón, Rakel, cayó al suelo. Intentó levantarse con la celeridad con la que estaba huyendo. Respiraba de forma entrecortada y el miedo extremo le hizo comenzar a llorar. El cuerpo había perdido fuerza y quedó poseído por un temblor inevitable. Sin poder haberse levantado, quiso gritar, pero cuando su garganta iba a dar paso a sus cuerdas vocales, una mano cerró su boca ..
- Rakel, Rakel … ¡¡¡ que soy yo !!! dijo su compañera de piso. Hablamos de esto … ¿no recuerdas?tenías miedo, no querías estar sola y me pediste si podía salir un poco antes para volver contigo a casa.
Rakel comenzó a llorar desesperadamente…. Entonces, ruidos de pasos ligeros sobre el asfalto comenzaron a escucharse …
- Ayúdame a levantarme por favor …-dijo entre lágrimas-. Tenemos que tener cuidado, un cliente me dejó una nota, decía que no tengo escapatoria, que me esperaba a la salida. Creo que está siguiéndome, ahora me doy cuenta de que era a quien he visto esta misma mañana junto a la consulta del psicólogo. Pensé que eras él ..-¡¡ven, vamos!!! la entrada a ese portal está abierta… escondámonos, tengo miedo.
Carla, conocía algunos de los problemas psiquiátricos de Rakel. En más de una ocasión, ante el escaso avance, había mantenido alguna charla con su psiquiatra ante la falta de familiares cercanos de Rakel.
- Tranquilízate, Rakel, tus miedos y tus fobias te hacen sentir lo que realmente no existe. Relájate, respira hondo…. No estás sola, yo estoy contigo.
Rakel miró atónita a su compañera y mientras se echaba las manos a la cabeza exclamó:
- Pero …. ¿de dónde vienes? ¿de qué vas disfrazada?- dijo Rakel al mirar a su amiga.
- La temática de hoy era series infantiles… ¿divertido no? ¿no te gusta mi disfraz de Pipi Calzaslargas?, -respondió Carla …
Rakel comenzó a gritar presa del terror. Su cuerpo temblaba inevitablemente. Sus lágrimas se incrementaron …. Derrepente pareció como si su mirada cambiara y mirara con otros ojos. Cesó sus gritos, secó sus lágrimas y se abalanzó sobre Carla portando en su mano el cuchillo que llevaba en el bolso..
La puerta de aquel portal se abrió de golpe y dos individuos entraron con agresividad reduciendo fácilmente a Rakel a quien cogieron por sorpresa.
- Pensé que no íbais a llegar a tiempo … estoy muerta de miedo….
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Fue Carla, con sus denuncias sobre las continuas desapariciones de Rakel, la que puso sobre aviso a la policía. Carla les había informado de su miedo a la soledad y a los propios actos que pudiera llevar a cabo cuando estuviera sola y que por este motivo, acudía al psiquiatra, que llevaba algún tratamiento pero que parecía no avanzar. Rakel, sin saberlo, se convirtió en una protegida, pues su delicada personalidad, sus desapariciones, sus trabajos nocturnos y sus rasgos físicos, le hacían ser una futura víctima en potencia.
En el informe psiquiátrico presentado por el especialista al que Rakel acudía con asiduidad, se reflejaba que la paciente adolecía de transtorno de personalidad múltiple, además de padecer varias fobias entre ellas, Auto fobia ( miedo a la soledad y asimismo, no fiándose de sus actos cuando estaba sola) y Rutilofobia… miedo adquirido a través de la experiencia propia sufrida en la infancia y que en lugar de ser superada, aceptó como una realidad. Llegó a pensar del resto de pelirrojas, incluso de sí misma, lo que los demás habían mostrado siempre, que proyectaba mal presagio y que en ella moraba la maldad del 666.
La policía científica logró dilucidar que los mechones de cabello aparecidos junto a los cadáveres no pertenecían solo a las víctimas.Todos eran pelirrojos pero los más finos no pertenecían a las mujeres asesinadas, probablemente arrancados al agresor durante la lucha. Tenían a Rakel investigada así que, el día en el que Rakel acudió a modificar su look, el agente que se encargaba de vigilarla, al mismo tiempo que Rakel salía de la peluquería, entró en ella. Se agachó, recogió cabello de su vigilada y sin mediar palabra, salió de espaldas, haciendo un gesto para que guardaran silencio y enseñando su distintivo de agente policial.
Casi convencidos de que Rakel era la autora de los dos crímenes, no esperaron a que laboratorio confirmara la identidad. No podían permitir que siguiera actuando y la única forma de poder agarrarla era con un cebo que despertara su doble personalidad, impulsada por la fobia y el temor que sentía hacia ella misma y sus propios actos en la soledad y hacia el resto de mujeres que poseían su mismo tono de pelo. Así que ahí fue donde Carla entró en juego. Le adherieron al cuerpo un micrófono y pusieron en marcha la trama que habían urdido.
La personalidad de Rakel que mantenía viva su fobia contra sí misma y contra toda aquella mujer que fuera pelirroja, temiendo por sus propios actos, buscaba a toda costa sentirse acompañada y la tenía sumida en la tristeza y el nerviosismo. La otra identidad, su doble personalidad contrapuesta, intentaba librarse de sus fobias aniquilándolas y dando rienda suelta a sus instintos más macabros. Esta última fue la que le impulsó a ir a cambiar su cabello, en realidad, consciente del hallazgo de la policía y no por sentirse candidata a ser asesinada. Al salir del salón de belleza, tras observar los mechones en el suelo imaginándose la escena del crimen … volvía a ser la Rakel atormentada ……

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