sábado, 12 de marzo de 2011

Sueño o realidad



    Soraya viajaba sola. Su cita de negocios no iba a ser hasta el día siguiente a las 11.00 horas, pero decidió salir con el tiempo necesario para hacer noche en la ciudad donde el encuentro debía realizarse una vez llegara la mañana. Quería ir temprano al cementerio de aquel lugar, pues debía una visita a una amiga con la que por culpa de un malentendido sin aclarar, había perdido todo contacto. Hacía un par de meses se había enterado de su muerte y aquel hecho le conmocionó haciéndole sentir culpable.
Aquel, era un viaje de negocios. Por lo general, su pareja solía acompañarle en los viajes que a Soraya, su labor en la empresa le adjudicaba, pero en aquella ocasión, motivos varios se lo impidieron. Además de algunos trámites, su compañero, debía permanecer concentrado en su trabajo, en la planificación de un nuevo proyecto así que, el que Soraya se fuera con más tiempo del necesario, a Javier, su esposo, le vino de perlas.
    Los Cds. de música y las emisoras de radio, estaban siendo la compañía de viaje que sin duda le ayudaba a mitigar la falta de su fiel compañero sentimental y viajero y la sensación de soledad.
Poco antes de caer la noche, a falta de alrededor de una hora de trayecto, se sintió indispuesta. Un leve pero molesto dolor de cabeza con el que ya se había levantado por la mañana pareció de pronto multiplicarse en agudeza y Soraya se vio obligada a parar en el arcén. Afortunadamente, nunca faltaban en su bolso analgésicos, así que, introdujo uno en su boca seguido de un trago de agua mineral de una botella que llevaba junto a ella para abastecerse durante el viaje. Quiso telefonear a casa, pero cuando tuvo el móvil en sus manos maldijo el no haber cargado la batería antes de salir. Sacó el cargador adaptado para el coche y lo enchufó. Cuando los primeros signos de carga se lo permitieron, lo encendió y el sonido de varios mensajes sonaron repetidamente y de inmediato. Cuatro llamadas perdidas y un mensaje de texto. “Hola Soraya, veo que no me coges, te he llamado varias veces. Han avisado de tu oficina. La cita a la que te diriges se ha cancelado. Será mejor que vuelvas”. ¡¡Maldita sea!!, dijo. Respiró profundamente y reclinó su asiento con la intención de relajarse hasta que la pastilla hiciera efecto y pudiera volver a concentrarse en la conducción y en su trayecto, que ahora acababa de cambiar. Había madrugado esa mañana, tenía que dejar otros asuntos bien atados antes de salir, así que, los párpados comenzaron a pesarle y el alivio sintomático de su dolor, la relajó hasta quedarse profundamente dormida e inmersa en sus sueños.
      Conducía con una mirada nerviosa que escudriñaba en todas las direcciones y que ayudada en su trabajo de espía por los retrovisores, buscaba con esperanza, la presencia de otros vehículos. Pero parecía que aquella madrugada nadie había tomado la dirección por la que Soraya tuvo que optar obligadamente si quería llegar a tiempo a aquel encuentro tan importante.
    La solitaria carretera en la que ya llevaba rodando poco más de una hora, lejos de ser acogedora, se presentaba oscura y tenebrosa. A ambos márgenes, hileras de árboles de ramas retorcidas se erguían vigilándola mientras pasaba. Soraya, no podía negar que la situación implantaba dentro de su mente un cierto temor que intentaba controlar. Sabía que, si daba protagonismo a lo que aquella situación creaba en su cabeza, la imaginación tomaría las riendas y proliferaría de forma retorcida acabando por convertir esa sensación temerosa en un auténtico sentimiento de terror.
    Su estado empeoró cuando, sin razón aparente, la radio dejó de funcionar y con ella, la música y la voz del locutor que hasta el momento habían sido sus compañeras de viaje se esfumaron. No era cuestión de las ondas ni de la emisión en sí. El aparato se apagó y no pudo volver a ponerlo en funcionamiento. Enfadada, le propinó un par de golpes que por supuesto, no solucionaron el problema. Momentos después, la aguja de su marcador de velocidad se volvió loca, las luces de su automóvil comenzaron a parpadear, restándole visión para finalmente apagarse del todo. Con el último fogonazo que mató la luz de sus focos, se iluminó una figura que irradiaba luz propia en mitad del asfalto, a unos metros del vehículo y Soraya aturdida por la emoción de aquellos momentos, pisó el freno pero pareció equivocarse, como si en verdad fuera el acelerador el que puera pisado. Tras unos metros de avance y un fuerte golpe, el automóvil paró.
    Permaneció unos instantes inmóvil, paralizada por el terror que aquella serie de avatares le estaban infundiendo. Intentó convencerse de que aquello era un horroroso sueño. Por un momento imaginó que nunca regresaría a casa. Recorrieron su mente toda clase de escenas de terror, desde platillos volantes cargados de horrendos hombrecillos verdes que terminaban subiéndola a su nave y abduciéndola, malignos seres de la noche esperando alimentarse con su alma, hasta habitantes del bosque que aguardaban durante la madrugada para cazar conductores solitarios y someterles a los más terribles suplicios y torturas. Siempre había sido una adicta al cine de terror. Quizá, si no hubiera visto tantas películas de miedo, ahora no tendría aquella serie de pensamientos provocados por el compinche entre su memoria cinematográfica y su imaginación. Recordó principalmente aquella película del cine de terror que tanto le impactó y horrorizó en su momento …. “La matanza de Texas”, aunque bien era cierto, que cualquier film en el que la oscuridad, los árboles y la soledad fueran la morada de asesinos terrenales o del más allá, servía para estremecerse. Recuperando la movilidad en su cuerpo se agazapó en su asiento sin cesar de temblar, física y mentalmente. Además de por las ventanillas, al igual que durante todo el viaje, vigilaba los alrededores del vehículo controlando los retrovisores. Los cristales se empañaron como por arte de magia y un calor sofocante se apoderó del interior del automóvil. No hubo forma de apagar el acondicionador de aire que paso al estado de muerte al que momentos antes había pasado su aparato musical. Parecía como si el interior de su automóvil se hubiera encogido, provocándole una certera sensación de agobio. Cuando su mirada se posó en el retrovisor frontal adivinó ver una oscura silueta acomodada en el asiento trasero del vehículo. Era una mujer, de edad madura. Llevaba recogido su cabello en forma de coleta. Se le apreciaban en su rostro trozos de piel arrancados y el color de su tez, salpicado de roja sangre, se presentaba pálido. Un rostro totalmente desfigurado. Aquella mujer extendió su brazo queriendo tocar a Soraya al mismo tiempo que le decía que no tuviera miedo, que su intención no era asustarla sino pedirle perdón.
    De la garganta de Soraya se escapó un grito de terror desesperado, intentó abrir la puerta del coche pero estaba atrancada. Salió por la ventanilla que lucía sin cristal ya que durante los instantes del frenado fue asaltada por la rama de un árbol caído muy cercano al borde de la carretera. Corrió despavorida. Como en una alucinación, pudo comprobar que la carretera por la que había estado circulando había desparecido y que estaba rodeada de maleza y de sombríos árboles que parecían amenazarle. El ramaje iba rasgando sus ropas a medida que ella avanzaba. En su huida desesperada, perdió uno de sus zapatos y su pie, sangraba considerablemente víctima del corte con alguna piedra. Sus piernas tan solo protegidas con unas delicadas medias, fueron agredidas por la maleza dejándolas repletas de arañazos profundos al igual que sus brazos, que intentando abrir paso al resto de su cuerpo topaba con las ramas de los numerosos arbustos que moraban en aquel paraje.
    Aquella mujer le seguía de cerca, y con una voz de ultratumba, le repetía una y otra vez que necesitaba que le perdonara para que las dos pudieran sentirse en paz. Por un instante, Soraya, pareció olvidar el terror pensando en que esa aparición era la del alma de su amiga, esa a la que iba a visitar por la mañana a la morada donde su cuerpo inerte posaba y de la que en vida no pudo despedirse. Aquella con la que había roto una bonita relación de amistad por orgullo. No se atrevía a mirar hacia atrás, la idea de ver el espíritu de su amiga con la forma en que su cuerpo en vías de putrefacción reposaba en el campo santo, le hacía temblar. No entendía por qué era ella quien le pedía perdón, pues nunca quedó suficientemente claro quien de las dos se había equivocado, quien actúo mal o quien debió haber rectificado. Cuando al fin se armó de valor para parar y enfrentarse a la situación, tropezó con un pequeño arbusto enganchando sus pies entre sus zarzas y cayó al suelo. Un piedra de gran tamaño dio la bienvenida a su cabeza.
    Al despertar, lo primero que sus ojos observaron fue la cara de su amiga sonriéndole. El cambio de estampa de Marga, que ya no presentaba sangre ni heridas por ningún lado, llenó de tranquilidad el corazón sacudido y maltratado por los acontecimientos que había sufrido Soraya. Fue Marga la primera en hablar y después de una conversación en el que los sentimientos más puros afloraron y en la que la sinceridad y el perdón tomaron el protagonismo Soraya se encontró pisando la carretera donde había dejado su coche. Giró su cabeza para mirar a Marga desconcertada. Frente a sus ojos, la figura oscura que le había hecho correr hasta tropezar y golpearse en la cabeza, volvía a aparecer. Ahora se daba cuenta de que no era la misma persona.
    -Escucha lo que tiene que decirte, no hagas lo que ambas hicimos en su día ….dijo Marga tomando su mano.
    Soraya se acercó a aquel cuerpo magullado y cubierto de sangre que insistentemente imploraba perdón.
   -Lo siento, sé que te será difícil perdonarme, pero necesito tu perdón -dijo aquella mujer. Me encanta correr con mi coche y esta carretera es idónea para mis carreras. Apenas es transitada. Tomé la curva demasiado ajustada y a velocidad frenética. No me dio tiempo, me empotré contra tu vehículo sin poder evitarlo. Supongo que estabas dormida o tenías algún problema. Cuando comprobé que mi cuerpo inerte se desprendía de mi alma, comprendí que había abandonado la vida. Me acerqué al amasijo en lo que tu automóvil se había convertido segura de que tú también habías muerto y de que estarías tan desorientada como yo. Siento haberte asustado pero sin duda, tú estabas más aferrada a la vida que yo, puesto que hasta este mismo instante no te has dado cuenta de que has fallecido.

4 comentarios:

  1. Me ha sorprendido el final, gran imaginación!!!

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  2. pasada al foro de grajos:

    http://sanjuandelolmo.foros.ws/post.php?p=20040#20040

    bESOTES Y FELICIDADES.

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  3. Gracias Juanmaromo ... muchas gracias. Besotes también para tí.

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