martes, 22 de febrero de 2011

Los Errores del Silencio

Llevaban juntos desde los 17 años. Se conocieron en un concierto, cuando ambos, habiendo abandonado a sus amistades, se adentraron en las primeras filas para disfrutar todo lo posible de su banda preferida. El roce, los chillos de euforia y sus movimientos uno al lado de otro hicieron que surgiera lo que nunca hubieran imaginado.


Cuando ambos tenían 32 su única hija tenía doce años, Ana.
El padre de la chiquilla trabajaba de sol a sol en un pequeño negocio familiar. Tras la muerte de sus dos socios, sus hermanos, quedó al cargo de todo y aunque su esposa le ayudaba unas horas, la mayor parte del trabajo y de las gestiones las realizaba él. Así que, las decisiones con respecto a la niña, sobre todo las que había que tomar de forma inmediata, recaían sobre la madre. Además él, gustaba de delegar el cuidado de la niña a su esposa alegando que con un trabajo que le ocupaba todo el día lo que quería era llegar a casa y olvidarse de toda preocupación. Casi todos los fines de semana, los pasaba fuera, como decía él desahogándose, y aunque a ella le rondaba la idea de que había otra mujer, procuraba obviarlo o pasarlo por alto. María siempre le acusó de egoísta y de no querer a su hija, de no ocuparse de ella como cualquier padre lo hacía con sus hijos.
Así que, desde hacía ya un tiempo, las cosas no iban bien. Cada noche, cuando él llegaba a casa, cualquier motivo les llevaba a discutir y pelear, levantando sus voces y terminando siempre enfadados y distanciados, acudiendo en direcciones contrarias. En las últimas ocasiones, él recurría a menudo a los insultos e incluso llegó a levantarle la mano sin llegar a agredirle. Estaba claro que la agresividad comenzaba a brotar y Ana, la dulce Ana era la desafortunada espectadora de tales escenas.
En aquellos días, una llamada telefónica vino a empeorar la situación, cuando al otro lado del teléfono, una mujer desesperada aseveraba a la madre de Ana, que su marido, había mantenido y seguía manteniendo una relación paralela con ella y que tenían una hija en común casi de la misma edad que Ana.
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Los grandes y azules ojos de Ana, hacía un tiempo que habían perdido la chispa que a su edad, debía iluminar su hermoso rostro. En casa, se había vuelto más callada, y daba la sensación de que vivía sumergida en la tristeza. No dormía bien y cada noche, cuando la hora de abrigarse en su cama llegaba, parecía guiada por el terror.
En el colegio, donde cursaba el último año de primaria antes de ir al instituto, los profesores, ajenos al ambiente que vivía Ana en su hogar, no se explicaban el porqué de su cambio. Pasó de ser la chica más encantadora de todas por su dulzura y sus buenos sentimientos hacia el resto de sus compañeras a aislarse en su mundo y a echar con aires destemplados a toda aquella que se le acercara. Ante el cambio de Ana decidieron ponerse en contacto con los padres de la niña, y previo consentimiento de la madre, acordaron someterle a encuentros con el psicólogo del centro educativo así como con el orientador. .
Tras varias pérdidas de clase para ser atendida por los especialistas del colegio, la dirección del mismo se puso de nuevo en contacto con la madre de Ana para citarla a una reunión informativa sobre la situación de su niña insistiendo en la importancia de la asistencia de ambos progenitores. Aunque María habló con su compañero, el día de la cita y como de costumbre, el padre no apareció. Ella, guiada por el temor, se deshizo en palabras para disculpar a su esposo excusándolo por su trabajo e insistiendo en que había hecho todo lo posible por asistir.
Los especialistas le explicaron, que después de varias sesiones estudiando y dialogando con la chica, averiguaron que su situación familiar no era la más adecuada y de que si bien ellos, los padres, no habían podido hasta ahora evitar esos malos tragos a su hija, había llegado el momento de tomar una determinación, al menos cara a Ana, a la que la situación le estaba afectando hondamente sumergiéndola en la introversión. La madre de Ana tuvo que admitir su deterioro matrimonial y corroborar las palabras de los psicólogos.
Después de una charla atormentada con su marido sin consenso, sin comprensión y sin acuerdo, la infelicidad de Ana y la existencia de otra familia en la vida de él, fue la que decidió.
 
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Las tormentosas circunstancias de la separación, y con el fin de que las cosas no empeoraran, consiguieron que Ana y su madre se trasladaron a la otra punta de la ciudad. La vida de la chica se transformó considerablemente. Además de ver a su padre los días estipulados en el acuerdo de separación, cambio de colegio y debió aclimatarse a pasar más horas sola, ya que su madre, que afortunadamente pudo encontrar un empleo lejos del negocio de su ex, duplicó sus horas de trabajo.
Su padre no perdió el tiempo, y a los poco días de que Ana y su madre se fueran, instaló a su otra familia en casa, al fin y al cabo …era una vivienda heredada, su vivienda.
Durante unos años, Ana se resistía a pasar los días que la custodía compartida brindaba a su padre. El tiempo que pasaba con él y con su nueva familia le hacían volver a los brazos de su madre siempre con lágrimas y temores.
La compañera de su padre no era la culpable de que Ana no estuviera a gusto. En realidad, era una mujer agradable. Cuando Ana pasaba los días con ellos, el cariño con que se encontraba por parte de ella era excepcional. Era una mujer callada. Ana pensaba que vivía con la amargura guiando sus días y devorando su alma, pero le parecía de lo más normal, puesto que vivir con su padre empezaba siendo un martirio para acabar transformándose totalmente en una tortura. Marina, su hermanastra, a penas tenía un año menos que ella y era un tanto especial. Ana se resistía a reconocerla como hermana. Era una chica distante y malhumorada. Se irritaba por cualquier cosa y la mayor parte del tiempo que estaba en casa se aislaba refugiándose en su habitación con la música a tope. Mostraba total desinterés por conocer a Ana y durante mucho tiempo, la relación entre ellas fue nula. Pero el peor, sin duda alguna, era su padre. Cuando Ana rebuscaba en su corazón, descubría que realmente le odiaba y a medida que iba creciendo tomaba más conciencia del comportamiento autoritario, agresivo y abusivo de su progenitor. Además, se había percatado de que Marina, tampoco tenía buena relación con él, huía de su lado y si sus miradas se cruzaban, ella reflejaba en sus ojos una expresión entre temor y odio.
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En el instituto, Ana gozaba de numerosas amistades, todas ellas del género femenino. No le gustaba relacionarse con sus compañeros del sexo contrario y a pesar de que los años transcurridos le habían convertido en toda una señorita, ya tenía 16 años, parecía carecer de las inquietudes coquetas y picaronas típicas de su edad. Sabía que la actitud de su padre no era la común entre el resto de personas del sexo masculino, pero le resultaba difícil aceptarlo. Aquel padre y esposo que tuvieron la desgracia de tener ella y su madre, sin duda, había dejado un profundo socavón difícil de tapar.
Su madre había comenzado una relación con un hombre hacía ya unos años y convivía con ellas. A pesar de los intentos de acercamiento por parte de aquel hombre, Ana mantenía las distancias y su relación era con él fue fría desde que entró en su casa. Reconocía que era una buena persona y que ante todo y lo más importante, quería a su madre. Él era abogado y se habían conocido en el local donde su madre servía cafés todas las mañanas. El amor surgió entre desayunos y por primera vez, en mucho tiempo, Ana volvió a ver que su madre, rebosaba felicidad.
El odio hacia su padre, creció con el paso del tiempo. La relación con él, también con los años, fue decreciendo hasta hacerse casi desaparecer. Había crecido y ya no la manejaba a su antojo. En cambio, el roce y la afinidad con Marina, acabó convirtiéndolas en hermanas de corazón, implicándose mutuamente en sus vidas.
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El día que María, la madre de Ana, escuchó en las noticias la muerte de su ex - marido a manos de su compañera, tiró la taza de café que mantenía entre sus manos extendiendo el líquido por la alfombra. No podía creer lo que estaba oyendo y paralizada permaneció unos instantes sin tan siquiera parpadear.
Recordó las discusiones sobre la tenencia de aquella pistola en casa. Ella se empeñaba en que había que deshacerse de ella como fuera pero él, no accedió nunca a sus deseos.
El día del entierro, Marina, abrigada de familiares de su madre y amigos, lloraba desconsoladamente. Una de sus tías le rodeaba con los brazos acogiéndola en su regazo, besando su cabeza y regalándole pequeños gestos de cariño.
Ana acudió con su madre y su padrastro. La ceremonia se realizó bajo un cielo gris que salpicaba agua con gran intensidad.
Terminada la despedida, Marina pidió a los presentes que la disculparan pero que necesitaba quedarse allí mismo en soledad.
Excepto Ana , que con sus brazos impidió a su madre y a su compañero seguir a los demás, el resto de asistentes respetaron su decisión y con paso lento, dieron media vuelta dejando a la chica bajo la protección de un negro paraguas e inmersa en su pena.
-¿qué haces Ana ?, Marina desea estar sola ¿no le has oído? ¿no ves como se van los demás?, dijo María a su hija ante la mirada interrogante de su compañero
Ana, haciendo caso omiso a las palabras de su madre, acercándose a Marina y poniéndole desde atrás la mano sobre su hombro, la invitó a darse la vuelta.
- Marina no llora por nuestro padre, dijo Ana y proseguió ..solo espero que algún día puedas perdonarme mamá.
-¿vamos a dejar que tu madre cargue con esto?, le dijo Ana a Marina.
- ¡¡ Ana, ¿qué estás diciendo? !! - protestó María.
- Mamá, fue Marina quien disparó a nuestro odioso padre.
- ¡¡¡ Pero qué estás diciendo …. Ana por favor !!!, gritó su madre.
- Ana continuó ..-”Marina y yo planeamos deshacernos de ese cerdo inmundo. Le hablé de la pistola que tenía y de donde la guardaba. No habíamos trazado el plan cuando Marina, la última noche ya no aguantó más. Se me adelantó. Esto era cosa de las dos. Claro está que su madre se ha autoinculpado para proteger a Marina, pero las culpables somos nosotras” se volvió hacia su hermana y mirándole a los ojos le dijo -” No te preocupes Marina, Pedro es abogado, dijo mientras señalaba a su padrastro. El nos ayudará ¿verdad Pedro? “
- ¡¡¡ no entiendo nada !!! ¿queréis explicarme qué sucede aquí? dijo desesperada María.
Ana y Marina se fundieron en un abrazo mientras daban consuelo mutuamente a sus almas y dejaban que las lágrimas desconsoladas de sus corazones hablaran de su dolor, del dolor acumulado noche tras noche en la oscuridad de sus habitaciones, en la intimidad de sus sábanas ....

- ¡¡¡ Ese cabrón no volverá jamás a abusar de una niña !!!

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